martes, 19 de enero de 2010

BARRIO MONSTRUOS


Despertaba y lo único que veía alrededor era la basura amontonada formando un falso tributo a mi idea de libertad y a las ratas peleando por los restos de la noche anterior, escuchaba las mordidas que se daban entre si las malditas, todo era un estupido juego de poder, pues había basura para ellas y otras veinte más. Tenía que levantarme a poner música para dejar de oírlas. Un día por alguna razón se marcharon al poner un disco de Rudimentary Peni que me había regalado el Caras.

El olor de la basura tenía un aroma a cartón podrido y quemado como del que estaba hecho el jacal donde crecí, hasta las ratas parecían las mismas, pero más viejas. Había una a la que llamaba Satán en honor a mi padre, tenia la cola a la mitad como aquella que mordió a mi hermana cuando tenía un año ocho meses de edad, se le había quedado con los dientes bien encajados en su muñeca izquierda como una sanguijuela, supongo que mi hermana entro en shock o algo parecido, porque ni siquiera lloro. De no haber sido por la sangre que me mojo la espalda al dar la vuelta en el tapete donde dormíamos, se habría muerto desangrada con la rata pegada a ella, y se murió, pero sin rata.
La envolvimos en una bolsa negra, le echamos cal encima para que no apestara y la enterramos en el terreno baldío de enfrente para no olvidar ir a visitar su tumba, pero lo olvidamos pronto, como su nombre, creo que nunca tuvo uno.

Después de su muerte mi padre comenzó con el negocio familiar, recuerdo que decía que si todo salía bien ganaríamos dinero suficiente para gastarlo en lo que quisiéramos, hasta en balones de verdad para jugar fútbol, pero solo jugamos con la nuestra suerte y acabamos chingados.

Al paso del tiempo mi hermano menor se hizo adicto al crack y mi padre se había vuelto un viejo loco, desenterró a mi hermana o lo que quedo de ella y guardo los gusanos que se la comieron en un frasco, pronto perdió todo hilo que le ataba a la realidad y yo y mi hermano nos hicimos responsables del negocio, aunque él terminaba fumándose casi todo lo que cocinábamos. Mi hermano se encargaba de salir a venderla en las calles y yo de prepararla, habíamos dejado de venderla en casa por que era poco seguro y no faltaba el adicto que nos quisiera robar, en su tiempo mi padre tuvo que desaparecer a más de uno, y sí, comenzamos a ganar mucho dinero y el jacal estaba lleno de cosas que nos traían a empeñar, pero después de todo los balones de fútbol dejaron de importar y yo tuve que empezar a ocuparme del viejo loco.

Y

f
u
i

c
a
y
e
n
d
o

Directo en a una vida de euforia, pánico e insomnio, con el sonido de la cocaína cuando se evaporaba.

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